La vida es el regalo más
preciado que tenemos. Gracias a ella apodemos disfrutar de todas las maravillas
que nos rodean; desarrollarnos personal y profesionalmente, formar una familia;
ser felices. Sin embargo, no todo es color de rosa; sobre todo para algunos
desdichados a los que la suerte le es adversa y la vida le muestra su peor
cara.
Este contexto es propicio para
reseñar uno de los cuentos más hermosos que he leído. Este relato pertenece al
libro “La palabra del mudo”, una recopilación de los cuentos del
escritor Julio Ramón Ribeyro en el que, asimismo,
figuran prólogos del
autor. Fue publicado por primera vez en 1972 y posteriormente, han surgido
nuevas ediciones que han ido incrementando la cantidad de los relatos
compilados hasta abarcar su obra cuentística completa.
Para hablar de “Los gallinazos
sin plumas”, primero, obligatoriamente, debemos mencionar la imponente figura
de su autor, el gran Julio Ramón Ribeyro, novelista y cuentista peruano, quien
con una maestría inigualable y un talento sobrenatural, plasma en sus narraciones,
temas como la pobreza y explotación que sufren niños y adultos, olvidados e
invisibles ante los ojos de una sociedad fría y mezquina.
La historia tiene como uno de sus personajes
principales a Don Santos, un viejo codicioso, amargado y cruel que tiene una
pata de palo. Él vive, junto a sus dos nietos: Efraín y Enrique (personajes
centrales de la historia), quienes son maltratados, humillados y explotados por
su abuelo. Ellos son obligados a trabajar, desde muy temprano, en la basura,
recogiendo residuos orgánicos comestibles para alimentar a Pascual, un cerdo
voraz que, día tras día se convierte en una bestia insaciable.
Efraín y Enrique viven para servir a Don Santos,
y para alimentar al monstruoso animal. Su vida transcurre entre cubos de
basura, comida maloliente; en medio de perros vagabundos y gallinazos saltando
entre la inmundicia. Pero, principalmente, entre el abuso y los golpes del viejo
Dos Santos, quien cada día les exige más y más carroña para satisfacer el
apetito incontrolable de Pascual.
La vida de los niños tiene un giro inesperado
con la llegada de Pedro, un perrito chusco y roñoso que Enrique encontró en el
muladar, y a quien lleva a su casa para obsequiar y alegrar los días de Efraín,
quien se encontraba delirando por la fiebre a causa de la infección en uno de
sus pies.
El nudo de esta hermosa y triste historia se
enciende cuando Enrique, luego de ser apaleado por su abuelo, sale en busca de
más comida para el cerdo; y, Don Santos, aprovechándose de la ausencia del
muchacho, arroja al perro a la porqueriza para servirle de alimento a la bestia.
Al regreso, Enrique encuentra a Efraín sumido en mar de lágrimas, se acerca a
Pascual y ve con horror los restos de su fiel amigo Pedro. El niño enfurecido
le reclama a su abuelo por su atrocidad cometida, forcejea con el viejo; el
cual resbala, rompe su pata de palo, y cae dentro del chiquero del cerdo,
convertido hasta entonces en un monstruo descomunal.
Finalmente, los niños huyen del lugar. A lo
lejos escuchan los gruñidos salvajes de la fiera y los gritos lastimeros de su
abuelo, que dan cuenta de una desigual batalla sangrienta, en la cual el cerdo
Pascual disfrutaría devorando el suculento cuerpo de su propio amo.
Estoy seguro que disfrutarán de este
extraordinario cuento, escrito por uno de los mejores narradores peruanos,
quien nos envuelve, con maestría narrativa, en el realismo urbano para
mostrarnos de cerca la pobreza, la injusticia social y la explotación infantil
que sufren muchos hermanos peruanos.
¡Se los recomiendo!
David Rengifo Ortega. Profesor de Lengua y Literatura, Magister en Educación y especialista en comprensión lectora.
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